Mana

De Subtrama
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Mana era el centro del mundo el cual, a falta de otro nombre mejor, todos conocían como El Mundo de Mana.

Algunos lo describían como El Árbol. Otros lo describían como La Vida. A los más esotéricos les gustaba verlo como El Dios Mayor. Era conocido por innumerables palabras, y lo mejor de todo es que era un poco todo a la vez. Porque las palabras se quedaban cortas para describirlo. No había palabras para describir lo que había estado allí desde el principio, puesto que las palabras llegaron después de el principio. Cuando Mana nació no había nadie para llamarlo de ninguna forma.

Ya sólo quedaban leyendas de lo que Mana era, puesto que hacía mucho que no había nadie que pudiera comunicarse con Mana. Los Kaora, que eran los seres más avanzados que habitaban El Mundo de Mana, habían perdido gran parte de la Magia hacía muchas generaciones. Tantas, que se había perdido la cuenta. Y eso que los Kaora eran organizados: escribían su historia en cristales, y cada comunidad tenía un responsable - o varios, si la comunidad era grande - de que todo estuviera organizado. Pero, sin razón aparente, su Magia se había venido a menos. Las historias antiguas hablaban de kaoras que podían crear luz y sombras, que podían curar y quitar la vida, hacer crecer y destruir montañas, con tan solo pensarlo. La Magia había sido fuerte entre los Kaora. Y actualmente los médicos apenas eran capaces de curar heridas pequeñas usando largos rituales.

Los Kaora sabían que algo iba mal con Mana, y que el asunto de la Magia no era algo casual. No es que fueran poco inteligentes. Eran formas de vida muy avanzadas, que habían evolucionado a la sombra del Gran Árbol. Pero algo funcionaba mal, y lo peor era que ni los más viejos, ni los más sabios, ni los más astutos, estaban seguros de lo que pasaba.

Y estaban preocupados. No por lo de la Magia, pues algunos de los Kaora ya habían nacido en los tiempos en los que apenas podía confiarse en ella para nada. Lo peor era que, hacía cinco años atrás, Mana había empezado a cambiar de color.

Y sobre eso sí que no había ninguna historia en sus archivos.

Neko no había dormido bien. Y era la séptima noche consecutiva. Erámono no paraba de darle trabajo y más trabajo. Salía tarde del archivo del pueblo, y llegaba a casa con las fuerzas justas para comer algo y rendirse al sueño en la cama. Para volver a levantarse con la salida del sol y seguir con las tareas. Erámono creía estar cerca de la causa del Descenso, como había decidido denominar el problema el Concilio de Ancianos. "Como todos los maestros archiveros últimamente", pensó Neko.

No es que conociera a muchos. De hecho, y muy a su pesar, Neko no conocía a mucha gente fuera del pueblo. No había salido mucho de la aldea, más que para llevar o traer encargos del Maestro Erámono. Pero había escuchado a la gente hablar en las tiendas de la Ciudad del Sur la última vez que estuvo comprando material para el Maestro. Y no se hablaba de otra cosa que no fuera el último Concilio de Ancianos. Que si los ancianos estaban preocupados, que si habían reorganizado a los archiveros, que si le habían puesto nombre a la disfunción de Mana, que si habían enviado una expedición...

Oh, sí, una expedición. Cómo le hubiera gustado a Neko poder ir en la expedición. Desde pequeño había querido ser explorador. De hecho, odiaba el trabajo de archivero. Si había accedido a ser aprendiz de Erámono era porque su única posibilidad de llegar al Cuerpo de Exploradores era pedir el traslado del Cuerpo de Archiveros. Su madre, al contrario, estaba tremendamente orgullosa. "¡Irás a la Universidad en la Ciudad del Sur!", solía decirle. Ella siempre había querido ir a la Universidad, pero la inesperada llegada de Neko cambió sus planes por completo. Sin embargo Neko no quería ir a la Universidad. Esperaba obtener el grado uno de archivero, y así poder pedir el traslado a la Escuela de Exploradores de la Ciudad del Sur. Nunca le hubieran aceptado si no fuera por traslado, y en cualquier caso cuando empezó a trabajar con Erámono era demasiado joven para mudarse a la ciudad.

Así que allí estaba, con dolor de espalda, con otra semana - al menos - por delante de trabajo duro buscando palabras antiguas en archivos viejos, las cuales Neko estaba seguro no iban a encontrar, puesto que ni siquiera estaban allí. Las respuestas estaban fuera, en los caminos, en los ríos, en las montañas, en los templos, en la gente, en los elementales o en la Magia misma. Sí, era mucho más fácil sentarse a buscar en historias antiguas que ponerse a buscar en un planeta entero lleno de seres, pero Neko estaba convencido que tanto el Maestro Erámono como el Consejo de Ancianos estaban equivocados al concentrarse en la historia. Mana estaba conectado con todo, así que en todo debería haber respuestas.

Se estaba haciendo tarde, y al Maestro Erámono no le gustaba esperar. Neko miró el sol nuevo en un cielo sin nubes, que empezaba a arrojar su luz por la ventana. Se levantó, se puso su túnica de un salto, cogió sus cosas y se dirigió al Archivo del pueblo.

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